- La historia silenciada de las mujeres que perdieron la guerra.Un grupo de mujeres, encarceladas en la madrileña prisión de Ventas, enarbola la bandera de la dignidad y el coraje como única arma posible para enfrentarse a la humillación, la tortura y la muerte.Pocas novelas podemos calificar como imprescindibles. La voz dormida es una de ellas porque nos ayuda a bucear en el papel que las mujeres jugaron durante unos años decisivos para la historia de España. Relegadas al ámbito doméstico, decidieron asumir el protagonismo que la tradición les negaba para luchar por un mundo más justo. Unas en la retaguardia y las más osadas en la vanguardia armada de la guerrilla, donde dejaron la evidencia de su valentía y sacrificio.Dulce Chacón sumerge de inmediato al lector en las vidas de unos personajes hechos carne que le conquistan con una potencia irresistible, la que nace de sus actos, de sus valores, de su capacidad de lucha y sufrimiento, y del alcance de su amor.
La guerra no acabó para todos el mismo día. El 1 de abril de 1939 las tropas nacionales rindieron al ejército republicano, pero durante los anos posteriores, el Estado llevó a cabo otra guerra más sórdida y callada con la que intentaba extirpar del país los últimos jirones maltrechos del alma republicana. Entre los represaliados a los que se intentó aniquilar física y moralmente se encontraban centenares de mujeres que lo habían perdido todo y que debían aprender a vivir con la certeza de que los ideales por los que tantos habían muerto ya no iban a realizarse jamás.
Mujeres como Hortensia, que primero fue miliciana, para luego coger el fusil y echarse al monte con su hombre, y que ahora sólo tiene un cuaderno azul para escatimar recuerdos a una muerte cercana. Mujeres como la Reme, una simpatizante republicana en un pueblo de falangistas, o como Pepita, que parten de la absoluta inconsciencia política para, atrapadas por las circunstancias ya pesar del terror, acabar tomando parte activa en la resistencia. Ellas y tantas otras penan el atrevimiento hacinadas en la cárcel de Ventas en Madrid,
aferradas tras el naufragio a la tabla salvadora de la dignidad. Y a pesar de la impotencia, ninguna de las reclusas llora, llorar significa mostrar que duele y ninguna quiere dar esa satisfacción.